Los que me seguís hace tiempo, conoceis cuál fué mi primer escrito.
Y hoy, en el día de su muerte, me parece oportuno volver a publicarlo.
Gracias, maestro.
GÉNESIS: LO QUE DIOS NO SABÍA
Un día cualquiera, dio la casualidad de que por la mañana, Dios bajó de las alturas porque sintió sed. Miró hacia el horizonte y en el medio encontró a los ríos que desembocan en el mar. Se acercó hacia las nubes y encendió un microondas de colores sin sentido. Al cabo del rato, abrió el grifo de la sabiduría y buscó un vaso de luna blanca donde poder beber la vida a sorbitos. Cuando terminó de saciar su instinto, pensó que debía echar un vistazo a las montañas de pico blanco. Emprendió el camino patinando por el azul de la marea, resbalando su ternura en cada esquina del planeta. Y llegó a las piedras adoradas, hijas de la sinrazón del que se toma unas vacaciones intencionadas. Se sentó sobre los musgos, moviendo sus nalgas entre la muchedumbre. Al permanecer allí un rato, sintió un manto de hiedras protegiéndole la espalda y el aroma del almizcle le embriagó con su sabor. Se tomó más de dos copas de placeres sensitivos y acabó extasiado con el brillo de los soles que acariciaban su mente.
Después de la sed, sintió hambre y así, Dios decidió viajar a los valles cálidos de la consciencia, donde los insectos liban de las flores toda su sabiduría. Las ramas de la ansiedad le rozaban los tobillos. Aún así, caminó colina abajo buscando los panales de corazones que alimentan a la miel del olvido. Tomó toda la miel que pudo y sintió, el calor del sol, acunando los retazos de su inocencia.
Al atardecer, pensó en dar un paseo para templar su estómago y acallar el rugir de sus entrañas. Escogió esta vez el mar, con sus ondas incesantes. Suspendido sobre las olas, permaneció muy quieto, escuchando los sonidos de las caracolas marinas, que con sus trompetas, batían el agua a punto de nieve con un ritmo frenético a la par que sensual. Cuando las caracolas callaron, Dios desparramó su amor sobre toda superficie errante, en un grito silenciado de sollozos contenidos.
Finalmente, al caer la noche, Dios miró hacia las estrellas y sintió un latido intenso de desesperación y soledad. Mientras la oscuridad surgía y le envolvía como una cueva, sintió el frío de los adioses y lamió poemas susurrados que caían de los labios de la esperanza. Tembló de rabia incoherente por ser incapaz de tocar a otro semejante a él.
Después de una noche velada por su inquietud trascendental, Dios llegó al amanecer embriagadito de pena, por no haber creado un universo paralelo donde la armonía de un reflejo le calmara la sed, el hambre y la soledad.
Lo que Dios no sabía es que muy pronto, cuando los hilos de atardecer se volviesen rojos de amargura y la inocencia se transformase en nostalgia, se convertiría en mujer.
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